Hemos pasado con bastante facilidad por
el control aduanero israelí. A pesar de que Paul no se acordaba del
segundo nombre de su padre.
A la salida nos esperaba un taxista
palestino con residencia israelí que nos ha llevado directamente a
la puerta de nuestro fabuloso Grand Hotel Bethlehem. Sin sobresaltos,
sin problemas, sin aduanas ni muros. A parte de los que separan la
autopista del resto del mundo.
Hemos salido a pasear.
y nos han recomendado el mejor restaurante de la ciudad. Allí nos hemos dirigido.
Hemos comido, nos hemos hinchado a cervezas y nos han pegado un clavo palestino. Primera noche. No pasa nada. Paga Boris.
Desde allí nos ha llevado el primo
taxista del dueño al mejor pub de la ciudad: Taboo.
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